Estaba yo buceando entre mis
interminables archivos digitales –que es lo que suelo hacer cuando no tengo
ningún trabajo urgente a la vista, es decir, últimamente casi siempre- cuando
me topo literalmente con una noticia de prensa de finales del 2.005 que reza –y
nunca mejor dicho- “El limbo cierra sus puertas”, en relación a la decisión
adoptada por el finado Juan Pablo II de eliminar la figura del limbo de entre
la caterva de posibles destinos postmortem. Al Limbo, según la Iglesia Católica, habrían ido
a parar hasta este momento todos los niños que murieron sin ser bautizados, que
quedarían vagando por toda la eternidad sin el fuego del infierno pero también sin
la gracia de "contemplar el rostro de Dios." No es posible, por
tanto, que un niño entre en el reino de los cielos sin recibir el bautismo de
agua, sino que, al contrario, descenderá al limbo, un “apartado” del infierno. Pero
no sólo estos desafortunados niños acabaron en semejante, inmerecido e injusto destino, sino que a éstos les acompañaron todos los padres de la Iglesia que vivieron
antes de la venida de Cristo, y que por ello tampoco tuvieron la suerte de ser
bautizados. Así, en el Limbo podríamos encontrar a Abraham, Jacob, Noé, Moisés,
Salomón o el mismísimo rey David, asi como a las almas de tantos y tantos
hombres buenos, como Isaac, Job, Matusalén o Lot, que no tuvieron la
posibilidad de conocer a Cristo, amén de otros personajes míticos del Antiguo
Testamento.
¡Todos al Limbo!, el llamado "Limbo de los justos". Ahora resulta que a estos padres de la
Iglesia, que despachaban con Dios de tú a tú un día sí y otro también, se les
envía al infierno –porque no olvidemos que, aunque sin fuego, el Limbo era un
“apartado” del averno- y se les niega la presencia de Dios, ante la que siempre
estuvieron en vida. ¿Se puede ser más injusto con los justos
que enviándolos al limbo de los justos?. Efectivamente, el Limbo de los justos era, de
verdad, tremendamente injusto, porque aparte de privar a sus habitantes de la
Gloria de estar en presencia de Dios, los privaba de un reencuentro con sus
seres queridos, y nada menos que por toda la eternidad. Y todo esto, por un
capricho del destino...?
Este exilio forzoso y eterno al
que fueron condenados quienes nada hicieron para merecerlo, radica en el hecho
de que el bautismo según la Iglesia, es requisito indispensable para la
salvación del alma. ¿Y por qué? Pues porque sostiene que este sacramento fue
instaurado por Jesús en el momento en el que dijo a Nicodemo: " De cierto,
de cierto te digo que a menos que uno nazca de agua y del Espíritu, no puede
entrar en el reino de Dios." (Juan 3:1-5). Pobre Jesús! Nos regala esta
hermosa metáfora...el agua, símbolo de pureza; el Espíritu, como símbolo de
fortaleza -dicho por El que fue ejemplo vivo de pasión y fortaleza puestas al
servicio de la pureza de alma- ..., y la Iglesia lo toma al pié de la letra y
la transforma en un reglamento, en un requisito para acceder a un club de
privilegiados. ¿No será que con esta
metáfora Cristo se refiere, más bien al renacer espiritual del hombre?. Pues no : según la Iglesia, esa que cuando le
interesa defiende a capa y espada que la Biblia no hay que interpretarla al pié
de la letra, no. (Si, tal y como dijo Obama en un magnífico pero controvertido
discurso -
http://www.youtube.com/watch?v=U5yL_ml55s8 -, tomamos al pie de la
letra las palabras de la Biblia, según el Deuteronomio tendríamos la obligación
de apedrear a un hijo en el caso de que perdiese la fe…) De manera que el bautismo fue
considerado requisito imprescindible de salvación para niños y adultos. Y la
Iglesia, que se autoproclamó como la única encargada y con potestad para
administrarlo, pasó a ser la portadora de las llaves del reino, dejando “atado
y bien atado” el tema al proclamar como colofón, en el Concilio de Trento, que
se aplicará la excomunión a todos aquellos que afirmen que el bautismo no es
necesario para la salvación. Así es como
se fabrican las “verdades” de la Iglesia. Queda así meridianamente clara esta "verdad" : el que no se bautiza, no se salva.
Pero en relación a este asunto,
se me plantea un inquietante dilema: ¿debemos deducir ahora que limbo existía
hasta que fue desmantelado y “cerrado por liquidación” por parte de Juan Pablo
II, o que realmente realmente nunca existió?.
- -
Si nunca existió el limbo, quiere decir que la
Iglesia ha estado equivocada durante cerca de dos mil años y, de paso, ha
estado equivocando (o quizás mintiendo?) a todos sus feligreses durante
idéntico periodo. Pero, con independencia de ello, yo me pregunto: ¿a qué
equivocado destino hemos estado enviando, durante la friolera de casi dos mil
años, en paquete azul y sin certificar, a no solo los niños no bautizados y
profetas y padres de la iglesia que precedieron a Juan el Bautista, junto con
los miles de millones de hombres y mujeres buenos/as que no tuvieron
posibilidad de conocer a Cristo, sino también a muchos miles de millones de
niños en lugares del mundo en que no existe el bautizo, niños/as musulmanes,
budistas, hindúes, judíos o profesantes de cualquier otra o ninguna religión?.
P Pero, por lógica, concluyo que es difícil abolir algo que nunca existió, con lo
cual acudimos a la segunda hipótesis:
- - Si el limbo existió hasta que el Santo Padre
decidió echar el cierre, y hubo que trasladar a sus inquilinos a otra parte, la
mudanza tuvo que ser cojonuda. Y en este último caso, yo me pregunto: ¿le ha
dado el Papa instrucciones precisas a Dios respecto de dónde ha de enviar en lo
sucesivo y a partir de la fecha del cierre, a todos aquellos no bautizados? ¿la
doctrina católica es tal como nos la enseño Jesús o es modificable a capricho
del Papa de turno? ¿Acaso le concedió Jesús potestad a Pedro o a sus sucesores para
enmendarle la plana cuando lo estimen oportuno? ¿Y para modificar Dogmas de Fe
proclamados por papas anteriores, que según la propia doctrina católica, no
pueden ser modificados?
Ante esto, la Iglesia ya dejó
caer que el asunto del limbo nunca había sido Dogma de Fé, que se trata tan
solo de un tema doctrinal y que la teoría del Limbo nunca ha sido postura
oficial de la Iglesia. ¡Cómo que no!!! ¿Cómo que nunca existió el Limbo, si
para allá, según afirmación de la Iglesia, partieron tantos “paquetes azules”?.
Cuando los Papas hablan
ex-cátedra, están creando Dogmas de Fé que no pueden ser posteriormente
modificados. Esto no debía saberlo Juan Pablo II, ya que, durante el
Concilio de Florencia ( Laetentur coeli, sesión 6, 6 de julio de 1439), el Papa
Eugenio IV dijo ex cathedra: “Asimismo definimos… las almas de aquellos que
mueren en pecado mortal actual o con solo el original, bajan inmediatamente al
infierno, para ser castigadas, si bien con penas diferentes”, en clara
referencia al limbo.
Esta tesis fue igualmente
propugnada por el Papa Clemente IV en 1267 y aceptada en el Concilio Segundo de
Lyon en 1274. Desde entonces la Iglesia ha aportado una ingente batería de
argumentos para avalar la existencia del limbo, de la pluma de numerosos
teólogos, algunos de tremendo peso, tales como San Gregorio Nacianceno o el mismísimo San
Agustín, quienes hablan de limbo como "un estado y lugar a donde se dirigen las
almas de los hombres que no han llegado al uso de la razón o que no han sido
bautizados, y por tanto mantienen únicamente el pecado original".
El catecismo del siglo XX, cuyo
autor es Pío X (1905), lo expresa claramente: “Los niños muertos sin bautizar
van al limbo, donde no gozan de Dios, pero no sufren, porque teniendo el pecado
original, y sólo ése, no merecen el cielo, pero tampoco el infierno o el
purgatorio”.
Fue tras el Concilio de Vaticano II cuando el concepto del limbo comenzó a ser
abandonado, de forma que nuestro erudito Papa Juan Pablo II decidió tomar
cartas en el asunto y promovió la reforma que terminó con su existencia,
reforma que fue redactada por el Cardenal Ratzinger y posteriormente aprobada
por el mismo Ratzinger, ya en su calidad de Papa Benedicto XVI. A partir de
este momento, el destino de los no bautizados, aún sin elaborar, se confía a
Dios, de manera que el catecismo destinado al siglo XXI, redactado bajo el
papado de Juan Pablo II y publicado en 1992, ya no mencionó el limbo y optó por
una fórmula abierta: “En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la Iglesia
sólo puede confiarles a la misericordia de Dios”. Como no podía ser de otra manera viniendo de quien viene, se establece además que en esta misercordia tiene mucho que ver el hecho de que los padres del no bautizado sean o no creyentes y lleven una vida más o menos dedicada a Dios. Son los beneficios de pertenecer al club....
Y yo me pregunto: porqué tanto afán
de Juan Pablo II de modificar una doctrina desde antaño establecida, que ningún
problema planteaba a la Iglesia por no ser objeto de controversia por parte de
instancia alguna? A ver si esto tuviera algo que ver : una hermana de Juan Pablo II murió
durante el parto, junto con su madre. Es por ello que su desafortunada y finada
hermana, manchada con el pecado original, habría estado vetada de ir al cielo,
por lo cual habría acabado con sus huesos en ese rinconcito del infierno que se
llama Limbo. Y claro, el Papa pensaría que "teniendo tanta mano en el Vaticano", pues no parecía lógico que el alma de su hermanita permaneciera ni un solo día más en este
lúgubre lugar, apartada y privada de la presencia de Dios. Y ello le movería a encargar
a sus teólogos la revisión del concepto con una idea ya prefabricada : mandar al limbo a paseo y comenzar con la mayor mudanza de almas de la Historia.
Modificar las leyes en beneficio propio -vamos, lo que hizo Hugo Chavez en Venezuela para perpetuarse en el poder- se llama, lisa y llanamente, corrupción. Provenga de quien provenga. No es de recibo que las leyes –humanas o
divinas- se dicten o se modifiquen en función de los intereses particulares de
quien tiene -o lo que es peor, se arroga- potestad para hacerlo.
Gracias a Dios – o indirectamente
a Juan Pablo II que le enmendó la plana- tuvimos Limbo y ya no lo tenemos, porque es
mejor no tener Limbo que tenerlo, como sería mejor que la salvación no fuese un
bien administrado por la Iglesia. Pero, sobre todo, ya es hora de que la/s Iglesia/s dejen de construir tinglados con pies de barro, que fundan en puras
suposiciones sobre las que a su vez se afirman otras suposiciones, y que se
centren en el valor fundamental de nuestra humanidad, que es el de la
espiritualidad, ligada, en última instancia, al amor.
He dicho.