Alas anunnakis

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lunes, 9 de junio de 2014

ATRAPADOS POR EL SISTEMA

  

Todavía hay muchos que no creen en el NWO y su desmesurado afan de control sobre las masas, pero ¿te has preguntado alguna vez por qué nadie reacciona ante la insoportable oleada de opresión y abusos de todo tipo que venimos sufriendo? ¿No te produce perplejidad el hecho de que no suceda absolutamente nada ante la enorme cantidad de casos de corrupción, robos, injusticias, agravios, desigualdades y burlas a la ley y a la población en general, a la cual se le ha robado literalmente su presente y su futuro? ¿Te has preguntado por qué no estalla una revolución masiva y por qué todo el mundo parece estar dormido o hipnotizado, como extasiado en su propia miseria? 

Las informaciones y noticias que se han venido haciendo públicas en estos últimos años son de tal calibre que deberían haber dañado de forma importante la estructura del sistema desde sus bases hasta su cúpula….., y sin embargo la maquinaria sigue intacta, sin padecer un solo arañazo en su pulido y resplandeciente fuselaje.
SABER LA VERDAD YA NO IMPORTA:  Los acontecimientos demuestran a diario que la información ya no tiene relevancia. Desvelar los más oscuros secretos y sacarlos a la luz ya no produce ningún efecto, ninguna respuesta por parte de la población, por más terribles e impactantes que éstos sean.
Los oscuros fines que persiguen los estamentos del poder político, y sobre todo económico, y el control de las técnicas de psicología de masas que utilizan para alcanzarlos,  han llevado a la población mundial –sobre todo a la de los regímenes capitalistas- a un nuevo estado de cosas, un estado mental de la población que no se habría atrevido a imaginar ni el más pérfido de los dictadores: no tener que ocultar ni justificar nada ante el pueblo, poder mostrar públicamente toda su corrupción, maldad y prepotencia sin tener que preocuparse de que ello pudiera producir el más mínimo rechazo o respuesta entre aquellos que lo sufren.
El caso de España es de juzgado de guardia: Un país inmerso en un estado de putrefacción generalizado, devorado hasta la médula por una corrupción instalada en todos los ámbitos: el judicial, el empresarial, el sindical y, sobre todo, el político. Un estado en descomposición que ha rebasado todos los límites imaginables, llegando a salpicar a todos los partidos políticos de forma irreparable. Los casos de extrema y descarada corrupción se suceden unos tras otros y poco importa que trasciendan hasta la opinión pública con toda su crudeza y con nombres y apellidos. 
Pero todos los casos empequeñecen ante la gravedad de las revelaciones hechas por Edward Snowden, y confirmadas por los propios gobiernos, que nos han dicho, a la cara, con luz y taquígrafos, que todas nuestras actividades son monitoreadas y vigiladas, que todas nuestras llamadas, nuestra actividad en redes sociales y nuestra navegación en Internet es controlada y que nos dirigimos inexorablemente hacia la pesadilla del Gran Hermano vaticinada por George Orwell en la mítica película “1984”.  Y lo que es más alucinante del caso: una vez “filtradas” estas revelaciones, ¡nadie se ha preocupado en desmentirlas! Mas al contrario, las grandes empresas de Internet implicadas en el escándalo han confirmado públicamente la existencia de este estado de vigilancia como algo real e indiscutible, pero “necesario para evitar otros malos mayores”, tal y como vino a decir Al Gore.
Así pues, ¿De qué sirve saber la verdad?  En el caso hipotético de que Edward Snowden o Julian Assange sean personajes reales y no creaciones mediáticas con una misión oculta, ¿De qué habrá servido su sacrificio? ¿Qué utilidad tiene acceder a la información y desvelar la verdad si no provoca ningún cambio, ninguna alteración, ni ninguna transformación?
Nadie nos salvará desde un púlpito con brillantes proclamas y promesas de una sociedad más justa y equitativa. Nadie nos salvará sólo contándonos la supuesta verdad, ni desvelando los más oscuros secretos de los poderes en la sombra.
La información y la verdad ya no tienen importancia, porque nuestros mecanismos de respuesta están abducidos. Debemos descender hasta ellos y recuperarlos; y para conseguirlo, debemos saber cómo funcionan, para lo cual bastará a su vez con observar atentamente y razonar por nosotros mismos.  Es pura lógica: No hay revolución posible sin una transformación profunda de nuestra conciencia a nivel individual. Porque nuestra mente está programada por la matrix, el sistema que nos aprisiona. Un sistema operativo que debemos desinstalar de nuestra mente antes de sustituirlo. Porque para que unas cosas empiecen, otras tienen que acabar.
Y para ello, debemos empezar por hacernos algunas preguntas: ¿POR QUÉ? ¿Qué es lo que nos ha conducido a este estado generalizado de apatía? La respuesta, que está relacionada directamente con el condicionamiento psicológico al que está sometido el individuo, resulta de lo más inquietante. Los mecanismos que desactivan nuestra respuesta al acceder a la verdad, por más escandalosa que ésta sea, son tan sencillos como efectivos: están originados a partir de la generación de un exceso de información en el individuo, un bombardeo de estímulos exagerado, capaz de provocar una cadena de acontecimientos lógicos que acabarán desembocando en una total falta de respuesta.  En pura apatía.
Una persona en el mundo actual está sometida a miles, millones de estímulos lingüísticos y sensoriales a lo largo de cualquier día normal, muchos de ellos percibidos de forma consciente, pero la inmensa mayoría percibidos de forma inconsciente, subliminales, que deben ser procesados por nuestro cerebro. Tras la percepción de la información, el proceso de captación y procesamiento de esta información se produce tras una segunda fase de análisis y una última de reacción.
Existe una gran diferencia entre el bombardeo de información al que está sometido el cerebro de alguien en la actualidad, en relación al de una persona de hace tan solo 50 años. Lo que hoy soportamos es una auténtica inundación de información que nuestro cerebro debe procesar de forma continuada, un cerebro del mismo tamaño y capacidad que el de esa otra persona de hace 50 años. Aún así, hasta aquí, no hay grandes problemas, ya que nuestros cerebros poseen sobrada capacidad para ello.
En cambio, nuestras limitaciones hacen acto de presencia en el momento en el que debemos valorar la información recibida, es decir, cuando llega la hora de juzgar y analizar sus implicaciones, porque, literalmente, no disponemos de tiempo material para hacer una valoración en profundidad de esa información: antes de que nuestra mente pueda juzgar de forma más o menos profunda la información que recibimos, por sí misma y con criterios propios, seremos bombardeados por una nueva oleada de estímulos que requieren nuestra atención, que nos derivan hacia otro asunto, y tras este otro, y otro, consiguiendo así inundar y bloquear nuestra mente. Es por ello por lo que nunca llegamos a valorar en su justa medida la información que recibimos, por importantes que sean sus posibles implicaciones y/o consecuencias.
Si cogemos una información, y en lugar de masticarla y saborearla antes de tragarla, la dividimos en pequeños fragmentos o tuits de tan solo 140 caracteres cada uno, los  tragaremos uno tras otro sin captar el mensaje del conjunto de la información recibida, convirtiendo en breve y superficial cualquier juicio que emitamos sobre aquella. Mediante estas técnicas, toda información recibida es rápidamente digerida y olvidada, arrastrada por la corriente incesante de información que entra en nuestro cerebro como un torrente, por lo cual lo que se intenta es que la propia información que nos es transmitida lleve ya incorporada la opinión que se pretende que debamos tener sobre ella. De esta forma, sustituirá a aquella que deberíamos alcanzar tras realizar una valoración profunda de los hechos en base a una previa y profunda meditación. Es decir, el emisor de la información le ahorra amablemente al receptor el esfuerzo de tener que pensar. En una sociedad normal, todos nos daríamos cuenta de que estamos manipulados y sometidos a un auténtico lavado de cerebro. Pero no vivimos en una sociedad normal, sino en su imagen enajenada, en las que las cosas son lo que parecen, y no lo que son.
Una vez reducido a la mínima expresión nuestro tiempo de valoración personal de los hechos, entramos en la fase decisiva del proceso, aquella en que nuestra posible respuesta queda anulada. Y es que al fragmentar y reducir nuestro tiempo dedicado a juzgar una información cualquiera, también reducimos la carga emocional que asociamos a esa información: la energía emocional que asignemos en relación a un hecho concreto, terminará desembocando en una reacción efectiva ante el hecho en sí, desencadenando una respuesta. Pero al cabo de unos segundos de recibir esa información, seremos bombardeados por otra información distinta que nos lleva a sentir otra emoción superficial diferente, olvidando así la emoción anterior y provocando que esta respuesta sea superficial o nula.
El resultado es que todos observamos desesperados a los demás y nos preguntamos “¿Por qué no reaccionan? ¿Por qué no reacciono yo?” Y esa impotencia, que desemboca en una sensación de frustración y apatía generalizadas es la razón básica por la que no se produce toda esa revolución que debería producirse por la lógica propia y la naturaleza de estos acontecimientos.
Éste es el mecanismo básico que aborta toda respuesta de la población ante los continuos abusos recibidos, el fundamento de todas las manipulaciones mentales a las que hoy día estamos siendo sometidos. El mecanismo psicológico que mantiene a la población idiotizada, dócil y sumisa.
Veamos un ejemplo:
Acabas de leer este escrito, que seguro que te ha impactado. Posiblemente, mientras lo leías te ha llegado un  tuit, un whatsapp, un mensaje de facebook, un e_mail o algo similar.  Y si no ha sido así, seguro que recibirás alguno de ellos en unos instantes, distrayendo tu atención hacia otro asunto. No habrás tenido tiempo de procesar cuanto te he dicho, por lo cual no le habrás asignado la suficiente carga emotiva como para adoptar alguna medida al respecto. Sencillamente, nada harás. Dedicarás tu atención al nuevo asunto que así te lo está requiriendo y la utilidad y eficacia de las revelaciones contenidas en mi mensaje habrá sido nula, practicamente la misma que si este mensaje nunca hubiese existido. 
Es más, me atrevería a decirte que casi que no existe ya en este momento, y que este mensaje, cual mensaje de la T.I.A enviado a Mortadelo y Filemón, se autodesvanecerá en…..
3…… 2……1….. psssst……. ¡0 segundos!.