Todavía hay muchos
que no creen en el NWO y su desmesurado afan de control sobre las masas, pero ¿te has preguntado
alguna vez por qué nadie reacciona ante la insoportable oleada de opresión y
abusos de todo tipo que venimos sufriendo? ¿No te produce perplejidad el hecho
de que no suceda absolutamente nada ante la enorme cantidad de casos de
corrupción, robos, injusticias, agravios, desigualdades y burlas a la ley y a
la población en general, a la cual se le ha robado literalmente su presente y su
futuro? ¿Te has preguntado por qué no estalla una revolución masiva y por qué
todo el mundo parece estar dormido o hipnotizado, como extasiado en su propia
miseria?
Las informaciones y noticias que se han venido
haciendo públicas en estos últimos años son de tal calibre que deberían haber
dañado de forma importante la estructura del sistema desde sus bases hasta su
cúpula….., y sin embargo la maquinaria sigue intacta, sin padecer un solo arañazo
en su pulido y resplandeciente fuselaje.
SABER
LA VERDAD YA NO IMPORTA: Los
acontecimientos demuestran a diario que la información ya no tiene relevancia. Desvelar
los más oscuros secretos y sacarlos a la luz ya no produce ningún efecto, ninguna
respuesta por parte de la población, por más terribles e impactantes que éstos sean.
Los oscuros fines que persiguen los estamentos
del poder político, y sobre todo económico, y el control de las
técnicas de psicología de masas que utilizan para alcanzarlos, han llevado a la población mundial
–sobre todo a la de los regímenes capitalistas- a un nuevo estado de cosas, un
estado mental de la población que no se habría atrevido a imaginar ni el más pérfido
de los dictadores: no tener que ocultar ni justificar nada ante el pueblo, poder
mostrar públicamente toda su corrupción, maldad y prepotencia sin tener que
preocuparse de que ello pudiera producir el más mínimo rechazo o
respuesta entre aquellos que lo sufren.
El caso de España es de juzgado de guardia: Un país
inmerso en un estado de putrefacción generalizado, devorado hasta la médula por
una corrupción instalada en todos los ámbitos: el judicial, el empresarial, el
sindical y, sobre todo, el político. Un estado en descomposición que ha rebasado
todos los límites imaginables, llegando a salpicar a todos los partidos
políticos de forma irreparable. Los casos de extrema y descarada corrupción se
suceden unos tras otros y poco importa que trasciendan hasta la opinión pública
con toda su crudeza y con nombres y apellidos.
Pero todos los casos
empequeñecen ante la gravedad de las revelaciones hechas por Edward Snowden, y confirmadas
por los propios gobiernos, que nos han dicho, a la cara, con luz y taquígrafos,
que todas nuestras actividades son monitoreadas y vigiladas, que todas nuestras
llamadas, nuestra actividad en redes sociales y nuestra navegación en Internet
es controlada y que nos dirigimos inexorablemente hacia la pesadilla del Gran Hermano
vaticinada por George Orwell en la mítica película “1984”. Y lo que es más alucinante del caso: una vez “filtradas”
estas revelaciones, ¡nadie se ha
preocupado en desmentirlas! Mas al contrario, las grandes empresas de Internet
implicadas en el escándalo han confirmado públicamente la existencia de este
estado de vigilancia como algo real e indiscutible, pero “necesario para evitar
otros malos mayores”, tal y como vino a decir Al Gore.
Así pues, ¿De qué
sirve saber la verdad? En el caso
hipotético de que Edward Snowden o Julian Assange sean personajes reales y no
creaciones mediáticas con una misión oculta, ¿De qué habrá servido su
sacrificio? ¿Qué utilidad tiene acceder a la información y desvelar la verdad
si no provoca ningún cambio, ninguna alteración, ni ninguna transformación?
Nadie nos salvará desde un púlpito con brillantes
proclamas y promesas de una sociedad más justa y equitativa. Nadie nos salvará
sólo contándonos la supuesta verdad, ni desvelando los más oscuros secretos de
los poderes en la sombra.
La información y la verdad ya no tienen importancia,
porque nuestros mecanismos de respuesta están abducidos. Debemos descender
hasta ellos y recuperarlos; y para conseguirlo, debemos saber cómo
funcionan, para lo cual bastará a su vez con observar
atentamente y razonar por nosotros mismos.
Es pura lógica: No hay revolución posible sin una transformación
profunda de nuestra conciencia a nivel individual. Porque nuestra mente está
programada por la matrix, el sistema que nos aprisiona. Un sistema operativo
que debemos desinstalar de nuestra mente antes de sustituirlo. Porque para
que unas cosas empiecen, otras tienen que acabar.
Y para ello, debemos empezar por hacernos algunas
preguntas: ¿POR QUÉ? ¿Qué es lo que nos ha conducido a este estado
generalizado de apatía? La respuesta, que está relacionada directamente con
el condicionamiento psicológico al que está sometido el individuo, resulta de
lo más inquietante. Los mecanismos que desactivan nuestra respuesta al acceder
a la verdad, por más escandalosa que ésta sea, son tan sencillos como efectivos:
están originados a partir de la generación de un exceso de información en
el individuo, un bombardeo de estímulos exagerado, capaz de provocar una
cadena de acontecimientos lógicos que acabarán desembocando en una total falta
de respuesta. En pura apatía.
Una persona en el mundo actual está sometida a miles,
millones de estímulos lingüísticos
y sensoriales a lo largo de cualquier día normal, muchos de ellos percibidos de
forma consciente, pero la inmensa mayoría percibidos de forma inconsciente, subliminales,
que deben ser procesados por nuestro cerebro. Tras la percepción de la información, el proceso de captación y
procesamiento de esta información se produce tras una segunda fase de análisis y una última de reacción.
Existe una gran diferencia entre el bombardeo de
información al que está sometido el cerebro de alguien en la actualidad, en relación
al de una persona de hace tan solo 50 años. Lo que hoy soportamos es una
auténtica inundación de información que nuestro cerebro debe procesar de forma
continuada, un cerebro del mismo tamaño y capacidad que el de esa otra persona de
hace 50 años. Aún así, hasta aquí, no
hay grandes problemas, ya que nuestros cerebros poseen sobrada capacidad para
ello.
En cambio, nuestras limitaciones hacen acto de
presencia en el momento en el que debemos valorar la información recibida, es
decir, cuando llega la hora de juzgar y analizar sus
implicaciones, porque, literalmente, no disponemos de tiempo material para
hacer una valoración en profundidad de esa información: antes de que nuestra
mente pueda juzgar de forma más o menos profunda la información que recibimos, por
sí misma y con criterios propios, seremos bombardeados por una nueva oleada
de estímulos que requieren nuestra atención, que nos derivan hacia otro asunto,
y tras este otro, y otro, consiguiendo así inundar y bloquear nuestra mente. Es por ello por
lo que nunca llegamos a valorar en su justa medida la información que
recibimos, por importantes que sean sus posibles implicaciones y/o
consecuencias.
Si cogemos una información, y en lugar de masticarla
y saborearla antes de tragarla, la dividimos en pequeños fragmentos o tuits de tan solo 140 caracteres cada uno, los tragaremos uno tras otro sin captar el
mensaje del conjunto de la información recibida, convirtiendo en breve y superficial
cualquier juicio que emitamos sobre aquella. Mediante estas técnicas, toda
información recibida es rápidamente digerida y olvidada, arrastrada por la
corriente incesante de información que entra en nuestro cerebro como un torrente,
por lo cual lo que se intenta es que la propia información que nos es
transmitida lleve ya incorporada la opinión que se pretende que debamos
tener sobre ella. De esta forma, sustituirá a aquella que deberíamos alcanzar tras
realizar una valoración profunda de los hechos en base a una previa y profunda meditación.
Es decir, el emisor de la información le ahorra amablemente al
receptor el esfuerzo de tener que pensar.
En una sociedad normal, todos nos daríamos cuenta de que estamos manipulados y
sometidos a un auténtico lavado de cerebro. Pero no vivimos en una sociedad
normal, sino en su imagen enajenada, en las que las cosas son lo que parecen, y no lo que son.
Una vez reducido a la mínima expresión nuestro
tiempo de valoración personal de los hechos, entramos en la fase decisiva del
proceso, aquella en que nuestra posible respuesta queda anulada. Y es que al
fragmentar y reducir nuestro tiempo dedicado a juzgar una información
cualquiera, también reducimos la carga emocional que asociamos a esa
información: la energía emocional que asignemos en relación a un hecho
concreto, terminará desembocando en una reacción efectiva ante el hecho en sí, desencadenando una respuesta.
Pero al cabo de unos segundos de recibir esa información, seremos bombardeados por
otra información distinta que nos lleva a sentir otra emoción superficial
diferente, olvidando así la emoción anterior y provocando que esta respuesta
sea superficial o nula.
El resultado es que todos observamos desesperados a
los demás y nos preguntamos “¿Por qué no reaccionan? ¿Por qué no reacciono
yo?” Y esa impotencia, que desemboca en una sensación de frustración y
apatía generalizadas es la razón básica por la que no se produce toda esa revolución
que debería producirse por la lógica propia y la naturaleza de estos acontecimientos.
Éste es el mecanismo básico que aborta toda
respuesta de la población ante los continuos abusos recibidos, el fundamento de
todas las manipulaciones mentales a las que hoy día estamos siendo sometidos. El
mecanismo psicológico que mantiene a la población idiotizada, dócil y sumisa.
Veamos un ejemplo:
Acabas de leer este escrito, que seguro que te ha
impactado. Posiblemente, mientras lo leías te ha llegado un tuit, un whatsapp, un mensaje de facebook, un
e_mail o algo similar. Y si no ha sido
así, seguro que recibirás alguno de ellos en unos instantes, distrayendo tu
atención hacia otro asunto. No habrás tenido tiempo de procesar cuanto te he
dicho, por lo cual no le habrás asignado la suficiente carga emotiva como para
adoptar alguna medida al respecto. Sencillamente, nada harás. Dedicarás tu atención al nuevo asunto que así te lo está requiriendo y la utilidad y eficacia de las revelaciones
contenidas en mi mensaje habrá sido nula, practicamente la misma que si este mensaje nunca
hubiese existido.
Es más, me atrevería a decirte que casi que no existe ya en
este momento, y que este mensaje, cual mensaje de la T.I.A enviado a Mortadelo y Filemón, se
autodesvanecerá en…..
3…… 2……1….. psssst…….
¡0 segundos!.